¿Quién no se ha quedado alguna vez absorto en una conversación ajena hasta el punto de perder el hilo de su propia conversación? Hay algo magnético en las palabras que no nos pertenecen; algo cinematográfico. Será porque nos permite convertirnos, por unos minutos, en otros personajes: vivir otras vidas, amar a otras personas o enredarnos en otros problemas.
Durante todo el día se sucedieron distintas escenas ajenas en Muelle Uno. Escenas y diálogos rescatados de la gran pantalla y llevados hasta platós improvisados y reales: un cuarto de baño, una barra de un bar o un probador. No sabrás quién, cuándo, ni dónde.
El Confesionario fue una actividad perfomática que aconteció en el Muelle Uno y que permitió a quien se acercó a este peculiar espacio redimirse de todos esos pecadillos que cometemos cuando nos sentamos frente a la televisión.