20/03/2014
Las películas de los Hermanos Quay se caracterizan por la inmersión abrupta del espectador en un estado umbral entre el sueño y la vigilia. A través del uso de imágenes ambiguas, texturas y claroscuros que seducen por su componente enigmático, este cine nos obliga a abandonar la estructura narrativa con la que desciframos típicamente una trama y nos lleva a perdernos en la particularidad de las fibras.
Cada film de estos hermanos es un experimento de síntesis, de simultaneidad entre objetos hallados en su circunstancia. Poco relevante es la pregunta de cómo llegaron allí, o cuál es su función dentro de una estructura. Igual que en los sueños, la lógica aquí es apenas un catalizador de asociaciones, nuestro cerebro precisa de ellas sólo al comienzo, pero puede continuar solo, en el puro goce de la imaginación.
Las Flores no lloran (Paloma Peñarrubia) basándose en la premisa de los Hermanos Quay sobre el mundo de imágenes que rozan lo consciente y lo Onírico, creó una narrativa musical en directo para su narrativa visual. Los elementos para componer este discurso sonoro fueron una reproducción de los elementos que ellos utilizan en sus películas. Tanto a nivel objetual, como ambientación lumínica, y cómo no, sonora. Estos muñecos rotos, fibras, objetos antiguos y descontextualizados serán las herramientas, “instrumentos musicales”, con los que, en directo, interpretararon la música con el visionado de sus películas.